Habla de mí, de tí, de nosotras, de ellos, de ellos con nosotras, de nosotras contra ellos.
Lo que importa es hablar

viernes, 5 de diciembre de 2014

viernes, 19 de septiembre

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Pongamos que llueve, que el día es frio y gris y que viajas sola. Pongamos que no dominas el país, ni la estación, ni el idioma. No estás segura del tren, tampoco de la vía y comienzan a cerrarse las puertas del vagón amenazando a los rezagados que, a la entrada de la estación, aún corren arrastrando maletas.

¿Qué haces? ¿Subes?

Puede que mientras leas esto, apalancado en la tranquilidad de tu vida monótona, tu apelmazado espíritu aventurero se despierte y te haga creer que serías capaz de lanzarte al vacío. Pero no te engañes, poca gente es lo suficientemente valiente como para arriesgarse a viajar en dirección contraria, a acabar en una ciudad inesperada en un país extraño.

Ahora dejemos de suponer.
Yo compré el billete.
Yo subí.

Mi madre me habría llamado inconsciente, pero no creo ser exactamente eso. Para mi, inconsciente es aquél que actúa sin pensar en las consecuencias y yo siempre las tengo presentes. Son esos problemas, sus retos, la posibilidad de turbulencias que te sacudan con fuerza cada vez que decides ser alocadamente osado, lo que hace que el corazón lata más fuerte.

Sentí la adrenalina corriendo por mis venas siguendo el ritmo de los vagones en su huída desenfrenada de la capital, pero recordé entonces trayectos peores en trenes más peligrosos.
Trenes que me llevaron a viajes más largos y que nadie me dijo hacia dónde se dirigían. Trenes siniestros en los que no había ventanas, que me empujaron a ciegas, me obligaron a forzar mis límites. Trenes que consiguieron subirme las pulsaciones cada vez que la incertidumbre aparció de la nada para gritarme al oído "TE HAS EQUIVOCADO".
Tenía razón, no acierto a menudo. Suelo acabar en una estación abandonada, perdida en medio de ninguna parte y arreglándomelas sola para volver al punto de partida.

¿Compensa? Siempre. Tanto las veces que por casualidad desembarqué en lugares de los que no había pensado enamorarme y me obligaron a ser absurdamente feliz, como las ocasiones que quedarán grabadas en mi memoria con música tenebrosa y humedad en las mejillas.

Merece la pena porque es precisamente eso, reír, llorar, equivocarse, sufrir, disfrutar, cambiar, moverse, empezar y acabar y empezar otra vez lo que significa estar JODIDAMENTE VIVO.

Dedicado a todos aquellos que se quedaron mirando en el andén y me animaron a unirme a ellos.