Tengo un horrible defecto, opinión. Tengo una
respecto a todo, y lo que es peor, respecto a todos.
En mi favor diré que no son inmediatas ni
definitivas, pero la mayoría de las veces acertadas.
Conforme nos hemos ido haciendo mayores me he dado
cuenta de que mis amigas y yo nos hemos ido acomodando en dos grupos opuestos
pero nunca enfrentados.
Por un lado tenemos la calma. Ellas se sienten a
gusto compartiendo su vida con otra persona. No quiero decir que se obliguen a
tener pareja, simplemente han sido suficientemente inteligentes para comprender
que el amor no nace de la noche a la mañana, así que han tenido paciencia y
esperado a que llegue.
Para poder pertenecer a este grupo es indispensable
ser capaz de aceptar que una relación adulta no son dos almas gemelas unidas
por el cursi destino, son simplemente dos personas que se quieren y que, como
no son perfectas, se equivocan.
Es fácil, no hay drama. Claro que discutirán, es
inevitable, pero lo hacen siguiendo una norma no escrita que me resulta tan
lógica como imposible de cumplir: “grítame todo lo que quieras, dime todo lo
que odias, pero los dos sabemos que mañana todo volverá a estar bien”.
Idílico ¿no? Sí, pero para muchas imposible.
Hemos recibido muchos nombres, impacientes,
egoístas, egocéntricas pero yo me quedaría con idealistas que suena mucho
mejor.
Nosotras creemos en la perfección, pero cuando
hablamos de un hombre perfecto no nos referimos a una lista estudiada de
cualidades, solo una inevitable, SER INTERESANTE.
Necesitamos que nos interese todo lo que decís, que
nos guste cómo pensáis y la forma en la que os comportáis con los demás, que os
comportaríais con nosotras. Y creedme, para saber eso no tenemos que perder
meses de vuestro tiempo, o lo que es más importante, del nuestro.
La explicación es sencilla, no sabemos hacer las
cosas a medias. Suena duro, pero nos resultareis innecesarios o
imprescindibles, sin término medio, y, si vamos a dedicar horas, días, semanas
a pensar en vosotros creemos que debería compensar.
La peor parte viene al equivocarse y confundir la
chulería y la prepotencia con carisma, idealizando a alguien que en realidad no
existe, o al darse cuenta de que dejas pasar alguien que te trata bien
simplemente porque falta “algo”.
Es irracional, es poco práctico incluso, a veces
masoquista, pero nos consuela pensar que ser pasional sea quizá más divertido.
Así que no cometáis ese estúpido error de pensar
que somos inestables y frías, porque detrás de todos aquellos que entran y
salen de nuestras vidas intermitentemente no está la frivolidad, sino el
romanticismo.
No el cursi y trasnochado que se celebra el 14 de
febrero, el romanticismo del bueno, el idealista.
Follow my blog with Bloglovin